Pocos soñaron con una Serie Mundial en feudo de Senadores
No ganábamos ni siquiera el concurso de tirar huevos.
Pasé mi infancia en los suburbios de Washington en la década de 1960 y alentar al club local de béisbol era una causa perdida.
¿Ir a la Serie Mundial, como han hecho estos Nacionales? Olvídese. Nuestros Senadores quedaban fuera de la contienda en el día inaugural.
Por ello encontrábamos otras cosas con qué entretenernos en el D.C. Stadium y el RFK. Como el monstruoso jonrón de Frank Howard, tras el cual pintaron de blanco el asiento de la tribuna alta donde cayó la pelota de Hondo.
O el cátcher Cazzie Casanova, que devolvía la pelota al montículo con más velocidad que la de la curva de Camilo Pascual. O viendo a Del Unser volando por las bases y sumando triples.
Y, desde ya, las visitas de Ted Williams a la ciudad.
Por eso recuerdo vívidamente la vez que fui con mi madre y mi padre a ver una cartelera doble contra los potentes Mellizos de Minnesota.
Entre juego y juego, ahí es cuando nuestro equipo tenía alguna posibilidad.
Cuesta imaginarlo ahora, pero en esa época había competencias bobas entre un juego y otro. Primero, Hondo, Mike Epstein y Ken McMullen enfrentaron a Harmon Killebrew y otros mellizos en un derby de jonrones. Tres batazos cada uno. Perdimos.
Después, la competencia de los huevos.
El paracorto de los Senadores Eddie Brinkman y el segunda base Tim Cullen, de buen guante, se plantaron de un lado y los infielders de los Mellizos Rod Carew y César Tovar del otro. Se turnaron para tirar los huevos, retrasándose unos pocos pasos con cada tiro.
Debíamos ganar esta vez... hasta que al habitualmente confiable Eddie le estalló un huevo en la mano.
Los viejos Senadores eran un desastre cuando mi padre, siendo adolescente, acomodaba gente en el Griffith Stadium en los años 40, en que se acuñó la frase: “Primeros en la guerra, primeros en la paz, últimos en la Liga Americana”.
Al menos esa versión del equipo vivió un momento de gloria en sus albores con el gran Walter Jonsoh. Ganó tres gallardetes y un campeonato entre 1924 y 1933. En 1961 se trasladaron a Minnesota y pasaron a ser los Mellizos.
En su lugar llegó un equipo de expansión que se llamó también Senadores y que era tan malo como el otro, aunque sumaron más victorias que derrotas en 1969, en que convencieron a Ted Williams de que volviese a la actividad para dirigirlos. Ver a Ted con el número 9, junto al presidente Richard Nixon, que hizo el lanzamiento inicial, fue mágico.
El estadio, no obstante, estaba casi siempre vacío. Con suerte atraía 2.000 personas. Cuantos menos aficionados, sin embargo, más posibilidades de conseguir autógrafos.
Conseguí las firmas de Al Kaline, Brooks Robinson y Sudden Sam McDowell. Las de los Senadores eran igualmente importantes para mí y tengo las de gente como Casey Cox, Lee Maye y Joe Grzenda, entre otros.
Había otra buena razón para ir allí abajo.
Por entonces los pítchers a menudo calentaban frente al dogout antes de los partidos. Yo traba de acercarme lo más posible a la valla, para verlos de cerca. Los tenía a escasa distancia.
Una vez vi a un lanzador joven de los Medias Blancas mientras calentaba. Cerraba brevemente los ojos en pleno lanzamiento.
Le dije: “¡Hey, no puedes ver adónde va la bola!”.
Me respondió: “¿Quién es tu jugador favorito?”.
“Del Unser. Es buenísimo“, le dije.
“Ve y dile que le voy a arrancar la cabeza con un lanzamiento”.
Recuerdo los nervios que tenía cuando Del salió a batear. Pensaba que le había arruinado la carrera. Por suerte no pasó nada esa tarde.
Me encantaba conseguir las tarjetas con las alineaciones. Hoy se cotizan mucho. Por entonces eran papeles que quedaban pegados en los muros. Uno de los bat boys que limpiaban el dogout te los llevaba si se los pedías.
Tengo una docena, con nombres como Yaz, Reggie y Boog.
Cuando empecé la secundaria, los Senadores eran un recuerdo lejano. Se habían ido a fines del 71.