Mientras el béisbol continúa, negocios luchan por sobrevivir
Las catedrales están vacías. Wrigley. Fenway. Yankee Stadium. PNC Park. Progressive Field.
Claro, sus luces están encendidas mientras las Grandes Ligas tratan de llevar a cabo una temporada de 60 juegos en medio de una pandemia. Pero nadie está en casa salvo por unos pocos jugadores que corren con mascarillas bajo el estruendo del ruido artificial de la multitud frente a un puñado de imágenes en cartones bien colocados.
Al salir de las puertas, el artificio se evapora. Y se instala la realidad.
Mientras las Grandes Ligas atraviesan dos meses de tratar proporcionar una ligera semblanza de normalidad a sus aficionados y un contenido fresco y muy necesario a sus socios de transmisión, los negocios en los vecindarios que rodean los estadios y que dependen significativamente de las miles de personas que acuden a los parques 81 veces al año están en problemas y sus futuros son inciertos en el mejor de los casos. De acuerdo con el ADP Research Institute, negocios con menos de 500 empleados —un límite utilizado frecuentemente para las pequeñas empresas— han perdido más de 5,4 millones de puestos, o casi 9% desde febrero.
Son esos tipos de negocios los que sirven como el elemento vital en los estadios ubicados en los centros de las ciudades.
Los bares y restaurantes alrededor de Wrigleyville en el lado norte de Chicago se las arreglaron muy bien durante una sequía de Serie Mundial que duró un siglo. Algunos de ellos podrían no lograrlo cuando finalice la pandemia. El camino hacia el Progressive Field en Cleveland ahora parece un pueblo fantasma, con puertas cerradas y ventanas cubiertas con tablas de madera.
“Dependemos de ese tránsito peatonal de 40.000 aficionados y del turismo estacional cada año para que tengamos éxito, y desafortunadamente todos nosotros estamos siendo testigos de cómo es la vida en el polo opuesto de eso”, dijo Cristina McAloon, directora de ventas minoristas para Wrigleyville Sports.
Afuera del Fenway Park, los lugares de estacionamiento que llegan a costar 60 dólares durante un juego en casa de los Medias Rojas alcanzan los 10 dólares hoy en día. La aldea emergente sobre la Jersey Street que se coloca de abril a septiembre ha desaparecido. Las tiendas de recuerdos permanecen inactivas. La multitud que emerge después del juego cantando “Sweet Caroline” está en casa viendo los juegos en la televisión.
Desesperados por ayuda, los negocios en el Bronx están suplicando asistencia a los propios Yanquis. Un líder local de la comunidad está organizando una protesta previo a un encuentro el jueves. Quiere que el equipo de 10 millones de dólares en ayuda a las tiendas ubicadas en los alrededores del histórico estadio.
Si bien algunos de esos lugares que luchan por sobrevivir han estado funcionando durante décadas, Mike Sukitch simplemente espera que pueda salir adelante en su primer año. Sukitch abrió la taberna North Shore al otro lado del PNC Park en Pittsburgh en enero. Esperaba un desafío cuando regresó al vecindario donde creció. Pero no esperaba estar cerrado por tres meses, aunque sabe que le está yendo mejor que a otros en la zona que han cerrado sus puertas para siempre.
Mientras habla, Sukitch, al igual que muchas personas esparcidas en el país, trata de parecer optimista. Prácticamente es un requisito de trabajo cuando gran parte de lo que sucede afuera de los estadios depende de lo que ocurra dentro de ellos.
Ahora mismo, no pasa mucho. De hecho, es menos de eso. Para muchos, es momento de recurrir a ese refrán familiar, uno que se siente menos como un cliché gastado y, en cambio, sirve como un mantra para la supervivencia.