La población ultraortodoxa de Israel, que concentró un 70% de los casos de coronavirus durante la primera oleada, ha sido el primer blanco de las restricciones por la segunda. Pero esta vez, con índices de contagios similares a los del resto del país, denuncian discriminación y están decididos a hacerse escuchar.
La población del barrio jerosolimitano de Romema, mayoritariamente ultraortodoxa, no se caracteriza por ser combativa.
Los apartamentos son más caros que en otros barrios religiosos, las calles más limpias y sus habitantes están bastante más integrados al resto de la sociedad.
Este factor hace aún más chocante la imagen de cientos, por momentos miles, de jóvenes enfrentándose con la policía y quemando contenedores de basura, noche tras noche desde hace tres días, en una de las principales intersecciones del barrio.
Varios de sus habitantes explicaron a Efe que su molestia va más allá del cierre impuesto en el barrio por el Gobierno para frenar la segunda oleada de la COVID-19, sino que se debe el doble rasero con el que sienten se trata a su comunidad, que dicen sufre discriminación institucional y violencia policial.
"En Tel Aviv la gente anda sin mascarilla y nadie dice nada, porque ellos están por encima de la ley. Pero, cuando se trata de los ultraortodoxos, se ponen estrictos", denuncia Yosef, molesto por los controles policiales que limitan el movimiento en Romema.
Para él, el motivo del trato diferencial está claro: "sencillamente nos odian, por eso les resulta fácil culparnos por todo, pero nadie dice nada sobre el alto índice de contagios en Jerusalén Este, porque si alguien osa meterse con los árabes los izquierdistas van a salir a protestar acusando de racismo".
Cuando el Gobierno ordenó en marzo un cierre casi total del país, incluyendo comercios no esenciales y sitios de culto, parte de la población ultraortodoxa optó por hacer oídos sordos y, siguiendo las instrucciones de sus rabinos, continuaron congregándose en sinagogas y yeshivás (escuelas talmúdicas).
Los contagios aumentaron, y con ellos el recelo de la población laica hacia este segmento de la sociedad, que no es nuevo ni consecuencia del coronavirus sino que está enraizado en tensiones preexistentes provocadas por la negativa de la mayoría de los ultraortodoxos a servir en el Ejército o el hecho de que casi la mitad de los hombres de la comunidad no trabajen, dedicándose mayoritariamente al estudio de la Torá, financiados por el Estado.
Durante la segunda oleada, aunque parecen haber aprendido la lección y estar ateniéndose a las normas de distanciamiento social, siguen teniendo algunos de los índices de contagios más altos del país. Por eso, una de las primeras medidas implementadas por el Gobierno para frenar la nueva oleada ha sido el cierre de varios barrios en distintas ciudades, muchos de ellos ultraortodoxos.
"Sentimos que se meten con nosotros y no con los seculares", señala a Efe Yisrael, vecino de Romema, donde el silencio reinante producto del cierre se ha sumado a una sorprendente cantidad de edificios abandonados, fundiéndose en una postal posapocalíptica.
"Esto igual no es algo de ahora, no es nuevo, vivimos con esto desde el comienzo del Estado. Somos de segunda clase, valemos menos que los árabes", agrega.
Para Tzipi Yarom, periodista ultraortodoxa, la tensión que se ha manifestado estos días no es entre los sectores más y menos religiosos de la población, sino entre su comunidad y las autoridades.
"Durante la primera oleada, cuando el Ejército coordinó el cierre de ciudades religiosas como Bnei Brak, se produjo un acercamiento interesante, y la gente hasta le llevaba agua y comida a los soldados, algo que antes era impensable", relata, y sigue: "Pero ahora, con esto de los cierres, con la discriminación de las autoridades y algunos episodios de violencia policial contra ultraortodoxos, hemos vuelto a retroceder".
Fleur Hassan Nahoum, vicealcaldesa de Jerusalén, no titubea al admitir a Efe, que efectivamente existe discriminación y un doble rasero contra esta comunidad, que sin embargo dice "se aísla sola y construye muros a su alrededor".
En relación al cierre de barrios, se muestra en desacuerdo con la decisión y dice querer reinstaurar el sistema aplicado durante la primera oleada, en la que los pacientes contagiados de COVID-19 fueron aislados en hoteles, divididos entre árabes, judíos laicos y judíos ultraortodoxos, en el marco de una gestión global de la pandemia que, dice, posibilitó un acercamiento y solidaridad sin precedentes entre las distintas comunidades de la Ciudad Santa.