Iraia Arrue sale al campo y corre en busca del balón con que el avanza por la cancha hasta que lo pierde cerca de la portería en medio de gritos de la tribuna y de su propio banco, mientras su equipo busca un cupo en la Copa Libertadores Femenina.
Arrue, de 17 años, es parte del grupo de jóvenes venezolanas que aspiran a ganar la Libertadores y acceder a contratos internacionales, un camino empedrado en cualquier parte del mundo, donde el fútbol femenino no arrastra millones de hinchas como el de los hombres, pero aún más duro en Venezuela por su pesada crisis.
Tras 90 minutos, el equipo de Arrue, que milita en el Deportivo Petare, empata 1-1 con el Atlético Sport Club en el torneo local del que saldrá el equipo que represente a Venezuela en la Libertadores, prevista para marzo en Argentina y que organiza la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol).
Si pudiera "jugar la Copa Libertadores, no solo a nivel de currículum, sino la experiencia, la emoción que uno vive de jugar por ejemplo contra el Boca Junior, jugar contra el Corinthians, de Brasil; sería increíble y por eso es que venimos todos los días" a practicar, dijo Arrue, una atacante, en su campo de entrenamiento días antes del torneo, disputado en el Complejo Deportivo Fray Luis de León, en el este de Caracas.
El fútbol ha ganado atención en las últimas dos décadas en Venezuela, donde tradicionalmente domina el béisbol.
La liga B o amateur venezolana, en la que juega Arrue, nació en 2004 y reúne a unos 30 equipos que suman unas 800 jugadoras, según datos de la Federación Venezolana de Fútbol (FVF).
Los equipos congregan a jugadoras de todas partes del país, de distintas clases sociales y a pesar de que el nombre del conjunto incluye el nombre de Petare, la gran barriada en el este de Caracas, ninguna de sus 30 jugadoras de plantilla es de esa montaña repleta de empobrecidas viviendas.
El conjunto fue fundado en 1948 por italianos que llegaron como migrantes a Venezuela y desde entonces ha cambiado varias veces de nombre y de propietarios, aliándose en el 2010 a la Alcaldía del municipio Sucre, en el estado Miranda, donde se ubica Petare, y a un grupo de empresarios convirtiéndolo en un proyecto social deportivo para Petare, según su página oficial.
Las jugadoras radicadas en Caracas tienen facilidades para llegar a entrenar en un campo ubicado en La Trinidad, en el este capitalino, pero las que viven en ciudades satélites recuerdan que además de combinar el juego con sus estudios, tenían largos trayectos en buses, quedando extenuadas de los transportes averiados, problemas con el combustible, entre otros.
"Hablamos de 10 horas de camino, si le sumamos 2 horas de entrenamiento ya estamos hablando de 12 horas, más los estudios, ya es un desgaste físico que tu te pones a pensar como que es imposible, pero no fue imposible", dijo Yodanyelis Palacios, una espigada mediocampista de 19 años, quien recuerda que en 2014, cuando estaba en otro equipo, venía cada día en transporte público a Caracas desde Charallave, a unos 57 kilómetros de la capital venezolana.
Más tarde entró al Deportivo Petare, agregó Palacios, quien al igual que otras de sus compañeras de distintas poblaciones venezolanas, vive ahora en una casa del club deportivo ubicada en Caracas, ahorrándose los viajes y teniendo el transporte del equipo para ir a entrenar de lunes a sábado de 9 a 12 del día.
Ahora Palacios dice que se enfoca y sueña en "ser una jugadora internacional, ser una jugadora elite (... en) Estados Unidos, España" con poderosas ligas femeninas. "Que se sepa que en Venezuela hay mucho más talento", dijo.