Las elecciones en Israel reflejan un triunfo aplastante de la ultraderecha
Frente a la reñida carrera electoral que auguraban los sondeos, los comicios de este martes en Israel confirman que el ex primer ministro Benjamín Netanyahu reconquista el poder con el sólido respaldo de Sionismo Religioso, partido de ultraderecha populista, racista y antiárabe, aupado como tercera fuerza política que puede hacer tambalear los cimientos democráticos del país.
«Israel ha vivido un giro ideológico. Hace tiempo que el centro del arco político se ha desviado a la derecha. La división tradicional de izquierda o derecha, basada fundamentalmente en su posición sobre la cuestión palestina o la solución de los dos Estados, ya no existe», apunta el investigador del Instituto para la Democracia de Israel (IDI), Ofer Kenig, sobre la derechización del país.
Mayoría derechista
Los resultados, con el 86 % del voto escrutado, consolidan un récord de 82 escaños para partidos de derecha, independientemente de si se ubican en el bando pro-Nentayahu -Likud (32), Sionismo Religioso (14) y los ultraortodoxos Shas (11) y Judaísmo Unido de la Torá (8)- o en el bloque anti-Netanyahu, que alberga a la coalición de centro-derecha Unidad Nacional (12) y a los ultranacionalistas laicos de Israel Nuestro Hogar (5).
El bloque pro-Bibi, como le llaman sus seguidores, aglutina una holgada mayoría para gobernar de 65 escaños en una Knéset (Parlamento israelí) de 120. El bando contrario, liderado por el actual primer ministro en funciones, el centrista Yair Lapid, se queda lejos con 50 diputados, lastrado por la debacle de sus socios de izquierda, que logran el peor resultado de su historia.
«Ahora la división es entre los que abogan por un Israel como democracia liberal o los que defienden un Estado judío, populista y nacionalista. La derecha liberal es cada vez más pequeña en Israel en favor de la derecha religiosa ortodoxa y conservadora», matiza Kenig.
Este viraje a la derecha comenzó hace tiempo, durante el largo último mandato de Netanyahu (2009-2021), pero los comicios de ayer -los quintos en Israel en menos de cuatro años- han confirmado esa tendencia y envalentonado a la ultraderecha religiosa y supremacista judía, que tiene como epítome al extremista Itamar Ben Gvir, «numero dos» de la lista pero estrella fulgurante de la esta campaña electoral e imán que atrae el voto de los más jóvenes.
Políticos, activistas, analistas y los principales medios del país de todas las tendencias, llevan semanas alarmando sobre las implicaciones de incluir al Sionismo Religioso en el gobierno y la amenaza que supone para la democracia israelí, a juzgar por las declaraciones incendiarias y actos de provocación de sus representantes, sobre todo Ben Gvir.
Sionismo religioso
Tanto el líder del Sionismo Religioso, Bezalel Smotrich, como el propio Ben Gvir han expresado abiertamente su deseo de usar el Gobierno y el Legislativo para frenar decisiones judiciales que no les gusten -por ejemplo las que frenan la construcción de asentamientos-, quitar alas al Tribunal Supremo, en incluso eliminar del código penal delitos como fraude o abuso de confianza, dos de los tres por los que está encausado Netanyahu en su juicio de corrupción.
«Quieren secuestrar la justicia, la Corte Suprema y las reglas democráticas», alerta Gideon Rahat, politólogo de la Universidad Hebrea, quien considera «ridículo» que ellos hayan abierto un debate sobre si Israel debe tener o no Corte Suprema, que es «fundamental en cualquier democracia liberal».
Además de socavar el poder judicial, Sionismo Religioso -que tiene su base de votantes entre los colonos y judíos ortodoxos- defiende posiciones abiertamente racistas, anti-árabes y homófobas, se inspira en los textos bíblicos para justificar la colonización de los territorios ocupados y aboga por una fuerte represión con los palestinos.
En concreto Ben Gvir, condenado en el pasado por incitación al racismo, ha apelado a la expulsión de los árabes «desleales» a Israel. Aunque en el pasado llegó a hablar de matarlos, cuando era un joven discípulo del extremista Meir Kahane, cuya formación kah, fue declarada terrorista por Israel y EEUU, y admirador de Baruch Goldstein, otro ultraderechista que mató a 29 fieles palestinos en la masacre de la Tumba de los Patriarcas de Hebrón en 1994.
Pese a este polémico historial, el salto de ser una fuerza minoritaria hace unos años, a la tercera más votada deja al Sionismo Religioso un lugar preponderante en un futuro gobierno de Netanyahu. Conscientes de su poder, ya han exigido la cartera de Defensa o Justicia para Smotrich y el de Seguridad Pública, que controla la Policía, para Ben Gvir. Ambos son colonos que viven en asentamientos de Cisjordania ocupada.
«Una vez legitimas el racismo, el nacionalismo y el supremacismo, no hay vuelta atrás», lamenta la analista Gayil Talshir, que culpa a Netanyahu de permitir el auge de esta movimiento para encender la polarización que le beneficiaba políticamente cuando era el jefe de Gobierno.
«Él creó el fenómeno pero ahora no podrá controlarlo», asegura sobre la fuerte influencia que el Sionismo Religioso tendrá en el previsible próximo Ejecutivo de Netanyahu.
Para Talshir, estas elecciones obligan a plantearse: «¿Qué Israel queremos? ¿Un Estado nacionalista judío o una democracia?» Las urnas han hablado y, de momento, se inclinan por la primera opción.