Adoptados durante la dictadura de Chile se reúnen con sus familias biológicas

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Romina Cortés esperó con impaciencia, al igual que otros cuatro familiares, incluida su madre, el momento en el aeropuerto de Santiago, Chile, que la llevaría a tocar a su nueva hermana María, de cuya existencia su mamá supo hace varios meses y ella y sus demás parientes apenas hace un mes.

Impecablemente arreglada y sonriente, Romina, estilista de 43 años, logró sortear el nerviosismo de esa primera vez frente a una desconocida, que a su vez sentía como parte de su ser. Apenas cruzó la puerta de la terminal, María estrechó a su madre en un fuerte abrazo y cruzó lágrimas con ella, Romina y sus otros familiares.

“Estoy abrumada, muy feliz de conocer a mi familia biológica”, expresó Hastings, de 36 años, nada más bajar del avión tras viajar desde Tampa, Florida, para encontrarse con su familia biológica.

El caso de María Hastings es parte de los miles de chilenos que fueron afectados por el tráfico y adopciones irregulares de niños ocurridos en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), un capítulo apenas conocido internacionalmente pero investigado desde hace una década por organizaciones sociales que comenzaron a hacer las denuncias y también por la justicia chilena.

Son más 20 mil las adopciones irregulares bajo investigación, según el Poder Judicial, que en algunos casos data de la década de los 60, muchas de ellas entre mujeres indígenas o de procedencia humilde a las que se les forzaba a donar sus hijos o se les decía que habían muerto poco después de nacer. El perfil eran mujeres adolescentes, pobres y primerizas, en situaciones muy vulnerables.

En esa época, refirió Cortés, la hermana de María, su madre “era una persona de campo, vino a trabajar a la ciudad sin saber leer ni escribir, en ese camino le pasaron cosas feas”. 

Agregó que estaba en la calle sin apoyo familiar cuando tuvo a su hija y cedió a una oferta de ayuda que le acabó forzando a donar su bebé en adopción, “le obligaron a firmar un documento que no sabía lo que era”. Cortés no estableció a qué organización fue donado su bebé.

“Por alguna razón, por el dolor que ella llevaba no me lo dijo antes”, consideró Cortés, quien para su sorpresa y felicidad sumó a su vida a una nueva hermana y un sobrino, en el último mes. 

Ahora esta estilista de 43 años también intenta aprender inglés, algo que nunca hubiera imaginado, con la plataforma DuoLingo para poder comunicarse con María. “Lo único que sé decir es yes (sí)”, bromeó.

Hastings llegó a Santiago en un vuelo procedente de Estados Unidos junto a siete de sus compatriotas para conocer su familia de origen. Si bien de pequeña le contaron que era adoptada sólo hace unos meses descubrió que formaba parte de esta red de sustracción de menores con ramificaciones en diversos lugares del mundo, Estados Unidos, Francia, Países Bajos o Suecia, entre otros.

“Quiero sumergirme en la cultura, siento que me perdí parte de lo que podría haber conocido” si hubiera crecido en Chile, explicó Hastings, que siempre contó con el apoyo de su familia adoptiva. “Voy a reconectar con ellos, aprender quiénes son realmente y que sepan quién soy yo”, después de todos estos años.

Aunque al principio no quiso buscar a su familia, fue un artículo de prensa el que le llevó a la organización Connecting Roots, una de las varias que agrupa a niños traficados ilegalmente en el país, en especial aquellos que fueron destinados a Estados Unidos.

Existieron casas de acogida, hospitales, hoteles, una orquestación para que todo funcionara, había trabajadores sociales, enfermeras, médicos, abogados, jueces “que participaban de esta figura delictual, bajo el amparo del Estado”, diplomáticos, miembros de otros países que recibían y comercializaban a los bebés, aseguró en el aeropuerto Juan Luis Insulza, vicepresidente de Connecting Roots, que especifica que la organización se concentra en la parte humana.


En Chile se conocen varios de los hoteles o las direcciones que figuraban de forma reiterada en la partida de nacimiento de los niños adoptados. En la mayoría de los casos las familias de adopción eran también engañadas sobre la procedencia ilícita de los bebés, según las investigaciones y su propio relato.


Ben Frutcher viajó el domingo junto a su papá adoptivo, quién le incentivó a buscar a su familia biológica. En el aeropuerto se expresó “muy emocionado” tras conocer a varios de sus siete hermanos y 14 sobrinos.

“Tengo que hacer mucha memoria con todos esos nombres nuevos”, bromeó, al ser recibido por ellos, que lo rodearon en una bandera chilena con su nombre, abrazos, emoción y un río de lágrimas.

Frutcher se reconoció parte de su familia desde que vio la primera foto. Afirmó que no le cuesta encontrar rasgos comunes en sus facciones con ellos y todos dicen que se parece a su papá biológico. Su madre falleció con el dolor de no conocerlo hace 23 años.

Con su familia viajará a Chillán donde llevaban más de 33 años buscándolo, intensamente “desde que hay redes sociales”, explicó Vladimir Figueroa, de 39 años, uno de los ocho hermanos.

“Perdimos contacto con él cuando bebé”, refirió y aseguró que siempre se habló de esa ausencia en su casa. “Siempre vivimos con la duda y la intriga de saber de él”.

“Fue una emoción gigante” cuando se enteraron que él los buscaba porque siempre lo buscaron con su nombre chileno y nunca encontraron rastro. La llamada de la organización fue “la mejor noticia que nos han dado”.

Aseguró que hablan casi todas las semanas, aunque reconoce “nerviosismo”, porque es complejo que la comunicación “sea fluida, pero en persona va a mejorar”.

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