Tijuana, paso obligado de migrantes "trans" a EU
Camina un par de metros para sentarse en una de las cinco mesas de plástico del único restaurante que vende pupusas (antojito típico de Honduras, parecido a las gorditas) en el centro de Tapachula. Su mirada siempre es al frente o hacia abajo, luce tímida, viste una blusa de mangas largas y un pantalón de mezclilla, ambos en negro, su cabello está recién cortado y sólo un ligero fleco le cuelga del lado derecho.
A pesar de que no le dirige la palabra a nadie mientras llega a la mesa, todos la miran. Su estatura y complexión no parecen encajar para el resto de la gente. Inicia la plática presentándose, "soy Shantal", no obstante el nombre, el único rasgo de feminidad que conserva está escondido en una de las partes más pequeñas de su cuerpo: las uñas de los pies, que calzan huaraches, visten un rojo coral que deslumbra como una explosión de color que contrasta con el negro y gris que usa todos los días.
Huyó de San Salvador para salvarse de las pandillas. Llegó a Chiapas en 2016, tras 12 horas de viaje luego de que la amenazaron de muerte. Confiesa que empezó como todo mundo en aquel país que vive bajo las reglas de los Maras o Barrio 18, pagando piso para sobrevivir, luego, por ser transgénero, le pidieron hacer el cobro de las extorsiones: lo hizo.
Sin embargo, no fue suficiente, terminó por vender droga, aun así le pidieron más, también tenía que recibir pandilleros cuando les placía, los atendía y alimentaba. Servirlos no tuvo ningún efecto para salvarse, dice, al final uno de ellos llamó a su casa, donde sólo vivía con su mamá.
Por teléfono le dijeron que era hombre, no mujer, que su cabello largo, que su maquillaje y su forma de vestir iban a desaparecer, no se lo pidieron, se lo ordenaron. En una hora, Shantal se rapó el cabello negro que llevaba hasta el hombro, regresó las blusas de color al armario y empezó a usar camisas holgadas. Así fue por unos meses hasta que nuevamente llamaron: —Te vas hoy o te mueres, no sólo tú, también tu mamá.
Esa misma noche tomó un cambio de ropa, dinero de una tienda de su familia en la que trabajaba, sin avisar se fue con el miedo de que en su trayecto una bala la alcanzara. Shantal es una de las centroamericanas que han dejado su país por la violencia entre pandillas, pero también porque ser transgénero es como una sentencia de muerte.
Llegó a México, donde pidió refugio; vivió en Tapachula, donde esperaba respuesta del gobierno mexicano para saber si le permitirían viajar porque su objetivo era llegar a Estados Unidos. Vivía con otras chicas transgénero en uno de los pocos espacios que una comunidad conservadora como la del sur de Chiapas les dejaría rentar; el centro se había convertido en el punto de reunión de varias.
Alquilaban cuartos de concreto, sin puerta, donde cabían una o dos personas, pero habitaban hasta seis o siete. Una vecindad del centro en Tapachula, hacinadas mientras esperaban recibir refugio o visa humanitaria de México para continuar su camino al norte, casi todas a Tijuana.
La espera. Francia, por ejemplo, era amiga de Shantal, y a diferencia de ella, luego de esperar más de tres meses, llegó a donde empieza y termina la patria en pleno año nuevo 2017.
—De Shantal no sabemos nada. Creo que no recibió ningún documento, quién sabe si la deportaron, dice Francia, quien viajó en camión junto con su sobrina y su bebé, también llegaron con ella Walther y Estefany, de San Salvador.
De Tapachula recuerda que sólo hay dos maneras de sobrevivir: con ayuda de la familia o a través de la prostitución, pues ser migrante en esa ciudad y transgénero te sentencia a vivir en las sombras.
Narra que en grupo llegaron al refugio de Las Mariposas, un albergue en Tijuana que también funciona como centro de rehabilitación para la comunidad diversa, pero que ante la necesidad abrió parte de su espacio para recibir a las transgéneros mexicanas y centroamericanas, que en los últimos tres años, consideran, han ido en aumento.
El representante legal del organismo, Jaime Marín, afirma que es difícil tener un conteo oficial porque en 2016 empezaron a llegar a los refugios, cuando antes lo hacían directamente con otras compañeras. En el caso del albergue, durante un año habrían dado alojamiento a tal vez unas 80 personas.
—Se quedan un par de días y otras hasta meses. Vienen con la misma idea: cruzar para pedir refugio en Estados Unidos; el problema es que desde que llegó Trump, los agentes les cerraron las puertas.
La llegada de mujeres y hombres transgénero no ha parado. Apenas la última semana de marzo pasado un grupo de unas 30 chicas, de El Salvador, Honduras y Guatemala llegó a Tijuana junto con una caravana de más de 300 migrantes, de los cuales más de 100 solicitaron refugio.
Sin embargo, una de las mujeres, Roxane, recién perdió la vida dentro de uno de los centros de detención del Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), lo anterior provocó una protesta por parte de activistas de la comunidad LGTB en esta ciudad.