Ante violencia, se tatúan para ser identificados
Durante una reunión de trabajo de personas que buscan a sus familiares desaparecidos en Sonora, surgió una dinámica: tomaron plastilina y la colocaron sobre los dientes para poder hacer un molde de su dentadura con ayuda de yeso. En papel apuntaron los detalles de los dientes; después enlistaron características de su cuerpo, como señas particulares o tatuajes. "Decidí tatuarme porque yo no tengo ninguna cicatriz o una marca con la cual me pudieran identificar si me llega a pasar algo", cuenta Maritere Valadez Kinijara.
El tatuaje que está en la piel de la mujer sonorense es un atrapasueños con cuatro plumas y una rosa. La rosa por su madre y las cuatro plumas por sus hijos.
Las Rastreadoras de El Fuerte hicieron un expediente de ellas mismas. Entre sus compañeras realizaron actividades de reconocimiento y esa estrategia se implementó para que las familias fueran más detalladas en los expedientes de sus desaparecidos y que esto ayude a su localización.
Al llegar a casa, Maritere replicó aquel ejercicio con su madre y le dijo: "quiero que sepas cómo soy por si desaparezco tú puedas identificarme". A su hermano, Fernando, se lo llevaron el 11 de agosto de 2015 afuera de un banco a las 14:40 horas en una de las calles principales de Guaymas, Sonora. Ella emprendió su búsqueda, pero cuando halló fosas clandestinas en su entidad, le llegaron amenazas de muerte y fue desplazada del estado.
Fernando, hermano de Maritere, tenía un taller de soldadura, había tenido un incidente que casi le costó la vista y llevaba dos meses sin trabajo. "Llegaron personas a ofrecerle negocios ilícitos, se resistió y se lo llevaron. Checamos las cámaras de video. Investigamos. Días después me hicieron llegar videos donde lo están torturando y fotos donde mi hermano ya está muerto".
De ahí lo empezó a buscar enterrado o expuesto, en el monte, en el mar o en cerros. "Yo me di a la tarea de pedir ayuda y ver si había más personas en mi situación". La hermana de Fernando Valadez buscó contactar a unos brigadistas de Guerrero, pero por la distancia y la falta de recursos económicos no fue viable, le recomendaron a Las Rastreadoras de El Fuerte.
Para buscar a su hermano, Maritere se reunió con la señora Mirna Nereyda Medina, lideresa de las rastreadoras que buscaba a su hijo Roberto Corrales Medina desaparecido el 14 de julio de 2014 en El Fuerte, Sinaloa y localizado e identificado por su madre después de tres años de búsqueda, en una fosa.
En 2018 las rastreadoras obtuvieron información sobre el paradero de los restos de una de las personas que buscaban; se encontraba en una funeraria de Guaymas, Sonora que prestaba sus servicios como Servicio Médico Forense (Semefo).
El cuerpo del joven tenía tatuajes en piernas, brazos y espalda, pero los mantuvo ocultos porque su religión no se lo permitía, pocos sabían de ellos. A falta de esos detalles, la familia no hallaba el cuerpo.
"La esposa, al llegar, comentó todos los tatuajes que él tenía. Cuando hablamos con un encargado de la funeraria él nos ayudó a buscar cuerpo por cuerpo, pero la sorpresa fue que los cadáveres estaban pegados unos con otros por la falta de refrigeración y de espacio".
Tardaron siete horas para entregar el cuerpo, lo reconocieron porque aún quedaba un pedazo de piel donde sólo se apreciaba un tatuaje: tenía un corazón con una flama y un listón con el nombre de su hija y en la corona el nombre de su hijo.
Semanas antes, las rastreadoras habían encontrado entre manglares un cuerpo momificado por la sal del agua. "A ese muchacho tampoco se le hizo muestra de ADN porque se distinguía su rostro y los tatuajes que él tenía no mentían. Eran muy visibles en sus fotografías. A raíz de esto yo decidí tatuarme", añade Maritere.
"Me nació la inquietud de hacerme un tatuaje porque dije: el día de mañana, por la labor que hacemos podemos quedar en cualquier parte. Es un riesgo muy grande. Hay personas que se enojan porque desenterramos sus fechorías y cualquiera puede estar en la situación de que te desaparezcan".
El trabajo que han desarrollado Maritere y su colectivo ha recibido capacitación de diversas organizaciones e instituciones. "Entendimos que no podíamos ir a buscar y sacar cuerpos y dejarlos porque si no teníamos un servicio médico forense, se los iban a llevar. No los iban a volver a desaparecer, así que paramos las búsquedas desde marzo hasta noviembre. Nos empezamos a preparar más para ver qué capacidad había en cada Semefo o cuántos cuerpos había y el número de no identificados".
Según el registro de fosas clandestinas presentado el 6 de enero de 2020, del 1 de diciembre de 2018 al 31 de diciembre de 2019 en México fueron exhumados mil 124 cuerpos, de los cuales 395 fueron identificados y 243 fueron entregados a sus familiares.
Durante el mes de febrero, en la jornada de trabajo de la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, realizada en Veracruz, el ayuntamiento de Poza Rica convocó a la ciudadanía a la toma de muestras de ADN para familiares directos de personas cuyo paradero se desconoce.
El interés de los colectivos y familiares, además de la búsqueda de sus seres queridos, es que se agilice el proceso de identificación y entrega de los restos que se tienen en resguardo. En 2017, en el predio conocido como La Gallera, en Tihuatlán, Veracruz, la fiscalía del estado exhumó seis cuerpos, su identificación apenas se dio la semana pasada a raíz de la asesoría de los colectivos y el trabajo de la Brigada Nacional con los locatarios.
"Hubo denuncia y pruebas de ADN en 2016 cuando desaparecieron las personas. En 2017 se extrajeron los cuerpos de La Gallera, se supone que la fiscalía debió tomar muestras y vincular la información. Los cuerpos estuvieron tres años y no fueron identificados y ahora que ya han sido reclamados por sus familias han puesto trabas en periciales".
Después de tres años, dos de las madres de las seis víctimas que yacían en el predio de La Gallera reconocieron a sus hijos por medio de imágenes que habían sido tomadas en la exhumación en donde se mostraba la ropa y la piel, que si bien estaba entrando en un proceso de descomposición, aún dejaba visibles los tatuajes de algunos.