Lo más difícil es no poder despedirse de los que mueren.
En pocas semanas, el mundo ha tenido que aprender el significado de la distancia social, su importancia capital, su necesidad imperiosa. Pero no hay máxima y más dolorosa distancia social que la que separa la vida de la muerte. Las cifras de víctimas de la pandemia del coronavirus se acumulan, números intangibles apilados uno tras otro, una estadística más en una comunicación gubernamental, un dato etéreo en proyecciones analíticas de futuros fallecidos.
La crisis global está poniendo al frente de la respuesta a los servicios de emergencias, toda clase de personal del sistema sanitario que, muchas veces con recursos ínfimos, tratan de atajar la situación para evitar que los contagios, en lugar de sumarse a la lista de recuperaciones, caiga en el conteo trágico de víctimas.
La muerte, ya de por sí intrínseca y natural al ser humano, se está magnificando a gran escala. Y el proceso tradicional de cierre (la despedida, la ceremonia, el recuerdo) ha desaparecido por completo.
Sin embargo, "el luto no se detiene con el Covid-19, no se detiene con este virus, no se detiene con la distancia social", comenta a EL UNIVERSAL Ellen McBrayer, portavoz de la Asociación Nacional de Directores Funerarios (NFDA).
Al otro lado del hilo telefónico, McBrayer cuenta historias como la de la mujer cuyo marido, contagiado por coronavirus, ingresó al hospital hace como dos meses; pasó por terapia intensiva, murió y fue enterrado. En todo ese tiempo, a pesar de súplicas y sollozos y lágrimas a altas horas de la madrugada, no pudo verlo ni un minuto.
El adiós fue inexistente por culpa de las medidas impuestas por un contexto extraordinario que lo ha sacudido todo.
Es por historias como esta, que se cuentan por millares por todo Estados Unidos, que McBrayer cree que los profesionales de servicios funerarios -desde velatorios hasta cementerios, pasando por crematorios- son parte crucial de la respuesta a la pandemia.
"El servicio que proveemos, especialmente en tiempos como los de ahora, recae en la misma categoría que los de los servicios de emergencia sanitaria (…) Nuestro deber es estar ahí para las familias que servimos, estar en la primera línea de respuesta emocional", resume.
En Estados Unidos se está perdiendo el enfoque sobre cuánto ha cambiado el proceso de despedida de la vida. "Las familias necesitan una ruta emocional en una era y un momento en el que todo es nuevo para todos", recuerda McBrayer. "Todos estamos intentando aprender hacer cosas de forma diferente", dice.
Una opción es aprovecharse de la tecnología, explica. Como la familia repartida por toda la geografía estadounidense que pensó posponer el funeral pero, al final, decidió hacer una videoconferencia grupal para hacer lo que más gustaba al fallecido: una parrillada.
No hay mucho tiempo para aprender, con un sistema funerario colapsado.
Todas las funerarias de Nueva York, epicentro de la pandemia en Estados Unidos, reciben a quienes visitan sus páginas web con un mensaje parecido: "Lamentablemente, en este momento, no somos capaces de asistir a las familias que lo necesitan".
"Los que trabajan por los muertos en epicentros -funerarias, cementerios, crematorios- están al límite", dice Bryant Hightower, presidente de la NFDA.
"Enfrentan una situación sin precedentes: cuidar de la mayor cantidad de gente posible que está muriendo por coronavirus, además de los que mueren por otras causas".
En todos los lugares considerados focos de la pandemia pasa lo mismo. El "The Boston Globe", en su edición impresa del pasado domingo, dedicaba 16 páginas a obituarios y listado de defunciones. El mismo fin de semana, un año antes, apenas llegaba a siete páginas.
El trabajo de las funerarias está siendo arduo, un reto constante. No sólo por el volumen, sino por la falta de recursos y material: a la necesidad de más espacio para almacenar cuerpos hay que añadir la escasez de material de protección personal contra el virus.
"¿Cómo podemos ayudar a encontrar paz mental o cierre o un momento para decir adiós (…) si no podemos conseguir la protección?", se pregunta McBrayer, quién entiende, por otra parte, que los envíos vayan primero a hospitales y centros sanitarios.