Veracruzanos, entre la incredulidad y la necesidad ante el Covid-19
Una botarga en color azul intenso, baila con movimientos hipnóticos frente a un comercio de accesorios que ve pasar a cientos de potenciales clientes en la periferia de la capital veracruzana.
A unos cuantos kilómetros, al otro lado de la ciudad de Xalapa, un payasito ataviado con ropajes multicolores roídos desgarra en una pollería sus cuerdas vocales ante la mirada de docenas de paseantes: ¡polloooossssss a dos por uno y mediooooo!
Las colonias populosas y las llamadas pomposamente ciudades satélites de las grandes ciudades de Veracruz son un hervidero de gentío en plena emergencia por el coronavirus.
Las principales avenidas de las urbes y sus centros históricos se han vaciado poco a poco ante la cuarentena, pero los rincones de esos enjambres se mantienen vivos, en constante movimiento, con comercios de todo tipo abiertos.
Mujeres, hombres, niños, ancianos, algunos con cubrebocas y otros al natural, arriban lo mismo a pie que en autos particulares, taxis y motocicletas a los micro espacios comerciales que crecieron durante años en calles de reductos de clase media y baja.
Las imágenes de las botargas con sus movimientos sensuales en polvorientos escenarios, los payasitos atrayendo clientes y hasta el ejército maltrecho de promotores de internet y telefonía se repiten también en la zona conurbada de Veracruz-Boca del Río.
El malecón -donde los residentes de fraccionamientos residenciales se pasean en bicicletas y patines arropados por el vaivén de las aguas del Golfo de México- luce desértico, solo un par de almas se atreven a retar a los 36 grados centígrados y al implacable sol.
Sin embargo, en las entrañas de esta poderosa zona metropolitana económica, cientos de lugareños atiborran pequeñas fondas, supercitos y puestos ambulantes, en lo que pareciera una rebelión de la clase trabajadora.
Salvo los llamados de "#QuédateEnCasa" de las autoridades estatales, pocas son las restricciones para miles de habitantes de esta región mexicana, quienes se mueven entre la incredulidad de un virus mortal y la necesidad de buscar ingresos.
En municipios medianos, como Papantla, Minatitlán, Córdoba, sus zonas comerciales de sus centros lucen como un hormiguero previo a una gran tormenta: ejemplares de todo tipo entrando y saliendo de comercios y llenando banquetas cargando alimentos y alguna que otra cosa que nada tiene que ver con la supervivencia.
En lo que parecieran algunos brotes de medidas, como prohibir el acceso a extraños a municipios y ordenar la obligatoriedad de cubrebocas en otras demarcaciones, en la mayoría de las zonas veracruzanas se deja al libre albedrío cuidarse del Covid-19.
Es así que los fraccionamientos de clase media y alta se mantienen estáticos, con sus moradores confinados en sus hogares por decisión propia, compartiendo en redes sociales sus comidas, sus rutinas de ejercicios y sus bebidas alcohólicas; pero en los submundos de las urbes, como si se tratara de la "deep web", hay un mundo aparte sin restricciones y con la necesidad de comerciar lo que sea.