La posibilidad de ejercer el poder y sentirse protegidas en un contexto violento son las principales motivaciones de la creciente participación de mujeres en grupos criminales en México, según revela el reporte 'Socias en el crimen: el ascenso de las mujeres en los grupos ilegales mexicanos' del International Crisis Group.
“Uno de los hallazgos del informe es que la principal motivación de estas mujeres no es lo económico. La principal motivación tiene que ver con lo que ofrecen las organizaciones criminales más allá del dinero, que es la posibilidad de ejercer el poder”, señaló a EFE Angélica Ospina, investigadora de género del International Crisis Group en México.
La experta señaló que, pese a que no hay datos oficiales sobre la presencia de mujeres en grupos criminales organizados, analizaron reportes de medios de comunicación con los que estiman que ahora entre el 5% y el 8% del personal activo de estos grupos son mujeres.
“Lo más preocupante es que creemos que son cifras que han ido creciendo constantemente en los últimos años”, expuso la analista de la organización no gubernmantal, dirigida a la resolución y prevención de conflictos armados.
En México, sostuvo, la delincuencia organizada alimenta la ola de violencia y el hecho que un mayor número de mujeres se unan a sus filas refuerza el control de estos grupos sobre las comunidades y aumenta su capacidad para causar daño.
Además, la participación de mujeres en las bandas expone a sus hijos a nuevas amenazas de violencia y reclutamiento, lo que prolongaría la crisis de seguridad.
Razones para que las mujeres se involucren con bandas criminales
Ospina explicó que el reporte encontró que las mujeres que se unen a estas organizaciones lo hacen por motivos muy diversos.
“Muchas veces las mujeres se sienten protegidas en un contexto que está siendo sumamente violento para ellas, viven mucha violencia sexual, violencia de pareja, pero también viven violencia en el régimen cotidiano. Incluso, hay quienes su motivación es la venganza”, señaló.
Esto, dijo, ocurre cuando las mujeres viven en un sistema de justicia que no funciona y entonces “los grupos criminales les escuchan, les creen y así tienen más capacidad para encontrar al agresor y luego castigarlo”.
Sin embargo, abundó, esto deriva en que estas mujeres queden enganchadas a la organización criminal al sentirse valiosas y encontrar que tienen habilidades en contextos donde recurrentemente se les dice que son tontas o que solo sirven para la casa.
“En jóvenes de contextos precarizados son pocos los espacios para sentirse valoradas, para sentirse parte de una comunidad”, observó.
Es por ello que, dijo, el reclutamiento de estas mujeres se da a edades muy tempranas, pues llegan a los grupos cuando tienen entre 11 y 16 años, principalmente por el estereotipo de que no se les imagina participando en actividades tan violentas.
“Los grupos criminales se han dado cuenta de que las mujeres aportan unas características específicas que les permiten fortalecerse en términos de ampliar su portafolio criminal, porque las mujeres pueden realizar diferentes actividades, además de fortalecerse en su capacidad de hacer daño, porque nadie espera una niña sicaria”, manifestó.
Además, al llegar a edades tan tempranas, empiezan a ascender y es probable que terminen en actividades violentas.
“Los grupos criminales están ahí para ofrecer lo que el Estado no puede garantizar”, enfatizó.
Mujeres llegan a los grupos criminales por conexiones personales
Ospina dijo que otro de los hallazgos es que las mujeres suelen caer en la delincuencia por conexiones personales.
“Muchas veces llegan a través de su pareja sentimental, pero otras por la socialización alrededor de sustancias prohibida, van entrando con actores criminales, en el caso de las parejas, se convierten en un ‘coach’, entran en las redes de confianza y van adquiriendo ciertas habilidades”, dijo.
Pero, además, al desempeñar roles de cuidadoras primarias, su participación también tiene un impacto multigeneracional, pues si las madres van a la cárcel, es probable que sus hijos adopten una vida delictiva.
“También cuando se quieren reintegrar enfrentan muchos más obstáculos porque regresan a esta sociedad súper patriarcal después de haber experimentado el poder y les toca regresar a esa misma red de violencia y eso es fuerte”, afirmó.
¿Qué hacer?
Para Ospina, si bien no es fácil cambiar este panorama, es importante escuchar las historias de las personas que se involucran en estas organizaciones y trabajar conjuntamente para promover alternativas al crimen organizado para las jóvenes.
“El llamado es apostarle a invertir en proyectos comunitarios de mayor participación social, no exclusivos para mujeres, pero sí donde se busque la mayor participación de las jóvenes”, comentó.
Además, consideró fundamental la inversión en las cárceles y en los programas de formación laboral para mujeres detenidas y en centros de rehabilitación para el abuso de drogas.
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