Seguidores de AMLO viven el espejismo de una presidencia salvífica
Diego Valadés maestro emérito de la UNAM escribe hoy lo siguiente:
El país se acerca a una etapa aciaga. La dilución de las instituciones conduce hacia una ingobernabilidad no conocida por varias generaciones. Ningún Estado puede evitar las consecuencias de su mutilación sistemática. Es una ilusión que el cambio de quienes gobiernan resuelva en automático los problemas nacionales, máxime que los daños estructurales se podrán acentuar en el tiempo que le queda a este gobierno.
La acción política y jurídica del Estado ha sido desplazada por una retórica simplificadora que atrapa la atención general e impide calibrar la magnitud del desplome de las instituciones. Estado y derecho son sinónimos; la desconstitucionalización progresiva del país conduce a un descenso al mundo de lo fáctico. Cuando cese la anestesia generada por la verbosidad imperante ya no quedará un sistema institucional legitimado apto para actuar.
Los problemas acumulados a lo largo de décadas no encontraron solución en este sexenio, en el que se optó por apelar a la emotividad como instrumento de gobierno. Por eso al Presidente le resulta imposible virar hacia la concordia y la sensatez, pues sabe que si lo hiciera sus adversarios no dejarían de serlo, y su apoyo popular se desmoronaría. La ruta seguida es inmodificable y su resultado es predecible.
Prevalece la percepción de que quien nos presida en 2024 salvará al Estado, pero esta recuperación excede las posibilidades de una persona. Desconcierta que se busque el remedio en más personalismo. No se está midiendo la dimensión de nuestro problema; tenemos un Estado en desmantelamiento y se cierne el riesgo de arrastrar a la vorágine a 130 millones de mexicanos.
El presidente de la República ha tejido con maestría la trampa en la que todos van cayendo: el espejismo de una Presidencia salvífica. A sus candidatos les está vedado denunciar errores y desvíos, pues perderían su favor, y los opositores se engancharon en una retórica del enemigo semejante a la del Presidente.
La sorpresa que espera a quien triunfe en 2024 es que no podrá gobernar con girones de Estado, sin servicios públicos funcionales, sin administración competente, sin control territorial, sin confianza social. Los ejes del Estado se han vencido por el avance de los grupos delincuenciales, la crisis de la justicia y de los servicios educativos y de salud, la devaluación de los sistemas representativo, electoral y de partidos, la impunidad del delito, el crecimiento de la desigualdad, el federalismo invalidado por una voluntad centralizadora, y el quebrantamiento continuo y deliberado del orden jurídico.
La concentración del poder es una patología añeja que propicia arbitrariedad, improvisación, ineficiencia, discrecionalidad y corrupción. Nuestra democracia electoral era incompatible con un presidencialismo absolutista, pero como nunca se tomaron las medidas correctivas, la agregación de excesos facilitó el éxito de la demagogia.
Formado en la cultura del personalismo, el Presidente supuso que su presencia cambiaría al país; no lo consiguió porque no era esa la solución. Lejos de aceptar el fracaso, se esfuerza en perpetuar un proyecto caudillista sin advertir que la dominación carismática es intransferible; sigue creyendo que cambiar es cuestión de voluntarismo e imposición autoritaria. No es así; cambiar es asunto de inteligencia para concebir, construir y conducir instituciones.
Padecemos un Estado menguante y lo estamos pagando de muchas maneras. El juego sucesorio de una persona desarticulará lo poco que aún funciona. La reconstrucción del Estado será un imperativo ineludible.
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