Por Hamlet Alcántara
Dicen que el viento trae el tiempo y cuenta historias de un soplido, y aquella tarde el viento estaba callado, como asustado.
Los niños no podían dejar de ver a Ernestina, la señora de los helados. Algunos no sabían si lo que les llamaba la atención era su peinado de cola de caballo, su cabello rojo cobrizo, la cortada que tenía en el mentón o de plano su voz rasposa.
Poncho y Sofía se acercaron a comprarle unos conos de helado. El sudor corría por su frente de tanto correr en los juegos del Parque Morelos, por eso cuando vieron a Ernestina empujar el viejo carrito de los helados no dudaron en pedirle unas monedas a sus padres para refrescarse con un par de bolis.
Ernestina los despacho y luego se aventó la frase del viento, y como si lo hubiera planeado en ese preciso momento una brisa fría corrió rompiendo con el calor intenso de la canícula de agosto que se había dejado sentir en Tijuana desde hacía varios días.
Ven lo que les digo, el viento anuncia algo, por ahí debe andar el niño de los nopales.
¿El niño de los nopales? Se atrevió a preguntar Sofía con timidez, mientras le daba una buena mordida a su boli de coco.
Poncho estaba helado.
Ernestina encendió un cigarro. ¿No saben la historia del niño de los nopales que se aparece por aquí?
Los dos niños se atragantaron con un pedazo de hielo, y el viento parecía ser el cómplice perfecto de la heladera.
La mujer sonrío y Poncho no pudo evitar sentir escalofríos al ver esos dientes amarillentos ennegrecidos de Ernestina a causa de su adicción al tabaco.
No. Nadie ha oído de esa historia. Quizás lo pensaron. No lo pronunciaron. Pero si movieron la cabeza al mismo tiempo.
Una tos seca detuvo la sonrisa macabra de la mujer de los helados.
De nuevo el viento apareció. Frío como los bolis, como el interior oscuro del viejo carro de los helados que tenía un payaso dibujado. Hasta entonces los niños no habían notado al payaso ese, medio despintado y con una abolladura en el estómago.
Poncho pensó que estaba en otra dimensión. Pinche vieja bruja ya nos llevó a otro mundo. No se atrevió a mirar a otro lado. Ya no escuchaba las risas de los otros niños, pero tampoco podía moverse.
Tengo que hacer algo. Esta bruja no me va a ganar, pensó. No manche los fantasmas no existen y además no se aparecen en el día, no me venga con eso.
La mujer le clavó la mirada, uno de sus ojos parecía vacío, seco. Pero Poncho no pudo decir más, cuando vio que Ernestina tenía una serpiente tatuada en el cuello, y clarito sintió como si el reptil fuera a atacarlo en ese momento.
Yo no dije que el niño de los nopales fuera un fantasma. Bueno no creo que sea un fantasma porque los guardias lo han visto en el día y en la noche.
¿Quién es el niño de los nopales? Sofía parecía interesada en la historia que Ernestina, quería contarles. Entonces Poncho supo en ese momento que era el único que estaba aterrado, así que disimulo.
La verdad no sé quién ese niño. Los guardias y algunos trabajadores del parque dicen que es el ánima de un niño que vendía nopales en la calle junto con su mamá en el semáforo del bulevar Insurgentes.
Unos dicen que lo atropellaron en el bulevar Insurgentes, y otros que fue en la Vía Rápida, la cosa es que falleció hace años, nadie sabe la fecha exacta.
¿Y luego? Insistió Sofía.
Nada. Que lo han visto vendiendo helados por el lado del Jardín Oriental, aunque hay quien dice haberlo visto por el Temazcal y otros por el Zoológico. Obviamente a la gente le sorprende ver a un niño vendiendo nopales.
¿Tú lo has visto?
A que niña esta, de verdad eres muy curiosa. Quizás sí, de lejos, pero no sea si sea él. De nuevo los ojos de Poncho se clavaron en la dentadura podrida que se iba llenando de humo.
¿Qué pasa si alguien le compra los nopales? Se atrevió a preguntar Poncho.
Muy buena pregunta. Un guardia lo hizo…
¿Y luego?
Nadie lo ha visto desde entonces. Los niños casi se ahogan con el boli.
Bueno niños pues ya les dije, así que mejor díganle a los papas que no le compren nopales a un niño morenito de ojos grandes, con cabello de puerco espín. Adiós tengo que seguirle en la chamba.
Poncho y Sofía corrieron a buscar a su mamá para contar la historia del niño de los nopales.
¿Quién les contó esa historia?
La señora de los helados que anda por allá. Poncho quiso señalar a Ernestina, pero no estaba por ningún lado, era como si hubiera desaparecido igual que el viento frío que había soplado minutos antes.
(Este texto es parte de la selección de cuentos y leyendas de Tijuana publicadas por el IMAC en el libro “Vengo desde una tierra de muy lejos”)
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