Convierten autobús en salón de clases para migrantes.
Información de www.sandiegouniontribune.com / Fotografía por Dania Maxwell de Los Angeles Times.
Esta no es una escuela tradicional con estudiantes tradicionales. La escuela móvil forma parte del proyecto Yes We Can Mobile Schools de la organización Yes We Can World Foundation, una fundación no lucrativa que se formó para apoyar a los niños migrantes que se encuentran atrapados en la frontera norte de México en espera de que las autoridades norteamericanas acepten o nieguen sus solicitudes de asilo. Los niños de esta escuela han emigrado desde Honduras, El Salvador, Guatemala y también de los estados mexicanos de Guerrero, Guanajuato y Michoacán, donde la violencia ha obligado a miles de familias a huir y buscar asilo en Estados Unidos.
La maestra Clarisa Carrasco coloca una música suave, como para meditar y le pide a los niños que respiren. “Inhalen, exhalen, inhalen, exhalen”, dice mientras sube y baja los brazos lentamente.
El efecto es inmediato. El alboroto se va transformando en un silencio que solo rompe la delicada música. “Ahora desechen todos los pensamientos, sólo concéntrense en su respiración…”“En medio de todo el estrés que viven, la escuela les ofrece un poco de estabilidad”, dice Carrasco, quien tiene una amplia experiencia trabajando con niños migrantes de Latinoamérica.
Rebellón entiende por lo que están pasando estos niños. Ella misma a la edad de 10 años tuvo que salir huyendo de su natal Colombia, luego de que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de amenazaron de muerte a su familia.
“Un día mis papás me estaban esperando fuera del colegio y me llevaron a la casa. En el camino me dijeron que teníamos que irnos”, recuerda.
Rebellón describe lo que pasó en ese momento. “Sin entender exactamente qué estaba pasando metí un poco de ropa en una maleta, una muñeca, y nada más. Mi vida y mis recuerdos se quedaron allá”.
Como trasplantada de la noche a la mañana, en cuestión de días su familia estaba en Miami y pronto solicitaron asilo ante las autoridades de Estados Unidos. Atrás quedó su casa en un próspero barrio de Cali, Colombi. También quedó atrás la profesión de sus padres que eran reconocidos abogados.
La familia Rebellón poco a poco se fue adaptando a su nueva vida. Sin los juzgados en los que su padre Carlos Rebellón acostumbraba litigar. Desde su llegada a Florida, ha trabajado en un Wal-Mart. “Si, tuvimos que volver a empezar e hicimos un gran sacrificio, pero por la familia se hace lo que sea necesario”, dice Rebellón, de 64 años de edad.
Estefanía empezó a crecer como una niña más de este país. Aprendió el idioma, las costumbres e hizo grandes amistades. Desde pequeña soñó con ser actriz, viajar a Hollywood y ser famosa.
“No había nada que se propusiera que no lo lograra”, cuenta su mamá, Sara Manzano.
Cuando cumplió 21 años, empacó sus maletas y se dirigió a Hollywood para hacer realidad sus sueños.
Aunque el camino ha sido largo, ha empezado a rendir frutos. Ha participado en series como Jane The Virgin y películas como On The Other Side. Poco a poco se ha acostumbrado a las alfombras rojas, a las fiestas, al lujo y al glamour que envuelve el ambiente artístico de Hollywood.
Hasta antes de su visita a Tijuana a principios de diciembre del 2018 había participado como activista en algunos movimientos políticos principalmente contra las medidas migratorias adoptadas por el presidente Trump y en favor de los derechos de las mujeres, nunca había tenido una causa en la que hubiera sentido la necesidad de comprometerse a fondo.
Pero eso cambió cuando conoció El Barretal
“Lo que vi ahí me tocó en lo más profundo”, dice Rebellón.
Cuando regresó de su visita a Tijuana, sintió que su vida tenía que dar un giro. Con el apoyo de Kyle Schmidt, su novio, crearon la organización no lucrativa Yes We Can World Foundation, para construir un salón de clases rodante, que llevara educación y otorgara un lugar seguro a los niños que esperan que sus solicitudes de asilo sean aceptadas o rechazadas por las autoridades de Estados Unidos.
Una vez que adquirieron el primer autobús para iniciar el proyecto de la escuela móvil, se dieron a la tarea de transformarlo en una verdadera aula. Con mucho trabajo quitaron asientos, lo forraron con madera y colocaron pupitres.
“La gente respondió con una rapidez increíble”, recuerda Rebellón. “Me paré en un Home Depot y escribí en las redes que necesitaba varias hojas de playwood, y en unas horas obtuve todas las que necesitaba”.
La clave, dice Schmidt, “es que todo se hace con transparencia. La gente sabe exactamente en qué se está usando su dinero”.
Pero tener el camión era apenas la primera parte.
La segunda parte era cómo hacer que el proyecto fuera viable y tuviera un impacto en la vida de los niños. Entonces recordó que en su visita había conocido a Mario Medina, quien estuvo a cargo de coordinar el campamento de El Barretal, que llegó a albergar casi 3800 migrantes antes de que fuera desmantelado por el gobierno mexicano a fines de enero de este año.
“Lo busqué, le expliqué el proyecto y lo invite a trabajar con nosotros y aceptó”, dice Rebellón.
La parte más difícil era encontrar un sitio donde colocar el autobús. “Revisamos todos los albergues para inmigrantes de Tijuana y nos decidimos por uno llamado Pro Amore Dei que significa Por el amor a Dios en latín, que alberga a unas 120 familias y que tiene una gran tradición de ayuda”, dijo Medina, quien es el encargado de que el proyecto funcione con la precisión de un reloj.
Pero una vez localizado el sitio donde se colocaría el camión, había que resolver el problema de la seguridad. Algo difícil, especialmente en Tijuana, que con una tasa de 138.26 homicidios por cada 100 mil habitantes, es considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo.
Gracias a la participación de voluntarios de diversas organizaciones, con una rapidez sorprendente el sitio comenzó a tomar forma de una verdadera escuela. Vince Young de Warrior Termite donó los recursos para construir la cerca que rodea a la escuela. Gero Sosa de PYME donó un sistema de luz para mejorar la seguridad, y el grupo This Is About Humanity, donó diversos juegos que complementan el patio de recreo.
Los días en la escuela de Yes We Can son una lección para todos. La escuela empezó a funcionar en toda su capacidad el pasado mes de julio y cuenta con un promedio de 45 niños de entre 5 y 15 años de edad. Pero la necesidad es tanta que de inmediato instalaron carpas móviles en el patio y abrieron espacios para adolescentes de entre 13 y 18 años.
Cada uno de los estudiantes recibe, gracias a los donativos de grupos como This Is About Humanity, una mochila nueva con lápices, plumas, colores y cuadernos. También reciben uniformes y zapatos. Los almuerzos escolares los provee la organización World Central Kitchen a través de un convenio con Yes We Can World Foundation.
En un viernes reciente llegó Gustavo. Tiene 7 años. Su familia ha estado viajando desde hace varias semanas. Juega solitario haciendo dibujos en la tierra, pinta un círculo. Pero no permanece sólo mucho tiempo. Dos niños que vuelan aviones de papel se acercan y lo invitan a jugar con ellos. A Gustavo se le iluminan los ojos y construye el mismo su avión.
Una hora más tarde, Blanca está muy contenta porque su amiguita que se acaba de ir con su mamá para la cita en San Diego, le regaló sus dos muñecas. Blanca las peina, les acomoda la ropa y platica con ellas.
La escuela, por supuesto, es mucho más que un sitio en el que los niños pueden aprender, es también un sitio donde pueden sentirse seguros, dice la maestra Sandra Rodríguez. “Llegan deprimidos, con la angustia de no saber qué va a pasar, con la incertidumbre de saber si van a poder cruzar a Estados Unidos o tendrán que regresar a sus lugares de origen”.
“Sólo ellos saben lo que han vivido y lo que han padecido”, dice la profesora Carrasco.
Y es que a pesar de sus pocos años, estos niños lo han sufrido todo. Algunos han caminado meses para llegar hasta aquí. Otros han visto la muerte y la violencia de cerca. Algunos han perdido a familiares a manos de las pandillas y la delincuencia organizada. Todos se han tenido que adaptar una y otra y otra vez a las condiciones cambiantes de su vida.
“Ya estamos experimentando una gran rotación de estudiantes”, dice Medina, quien afirma que el tiempo promedio de cada niño en la escuela es de alrededor de 45 días.