No existe estudio en el mundo que lo explique, pero Luis Enrique Hernández, parte del equipo fundador de El Caracol, tiene tres hipótesis. El señor Boris podría encajar en una de ellas.
El señor Boris bien sabe que a la gente como él, que vive en la calle, los incrédulos del covid-19 suelen tomarla como referencia. El señor Boris, sin embargo, sí cree en el virus, sólo que tiene todas la probabilidades en su contra.
“Soy alcohólico, pero estoy muy consciente de que la enfermedad existe; hay veces que sí me asusta, pero pues tampoco tengo a dónde ir”, te dice el señor Boris detrás de un cubrebocas mal puesto, uno que se ve muy sucio, pese a que es color negro.
El señor Boris está sentado, calva al sol, sobre la banqueta donde duerme desde hace cuatro o cinco años, ya no recuerda con exactitud, pero sí recuerda que fue cuando arreció la gentrificación de la colonia Roma y el edificio donde lo dejaban dormir fue demolido. Ese edificio se levantaba a unos cuantos metros de donde hoy vive el señor Boris.
—¿Le han preguntado por qué no se ha contagiado? —le sacas plática al señor Boris.
—Sí, sí —y se quita el cubrebocas con la intención de que veas la risa que le ha dado tu tonta pregunta, pero lo que tú ves son encías sin dientes o con pedacitos amarillos que bailotean como si las encías fueran de gelatina.
—¿Y qué les dice, señor Boris?
—Que a lo mejor por el alcoholismo o porque ya soy un mugroso —vuelve a reírse.
Las hipótesis Horas más tarde, le llamas a Luis Enrique Hernández, uno de los fundadores de El Caracol, una organización que desde hace 27 años atiende a la población de calle, para preguntarle si él sabe, o conoce de algún estudio, sobre el por qué no se han reportado casos de covid-19 entre la población callejera. “No, no hay estudio en el mundo que hable de ello”, te dice de entrada.
Sin embargo, te cuenta que, alguna vez, en las mesas de diálogo que se realizan cada mes entre organizaciones que trabajan con la población callejera en Chile, España, Colombia, Brasil, Argentina y en México, se plantearon tres hipótesis de por qué los sin casa no se contagian: “La primera, en la que más creo, la neta, es porque viven un aislamiento social muy intenso. Es decir: el contacto que tienen con la gente de a pie es muy limitado. Nadie se acerca a abrazarlos, nadie habla con ellos.
La gente que les regala comida o dinero los trata a la distancia. Esa indiferencia social, por ahora, parece que les ha ayudado. “La segunda hipótesis tiene que ver con la parte inmunológica. Al menos la experiencia médica dice que entre más expuestos estamos a patógenos, más resistente es nuestro sistema inmunológico. Y la población de calle nos ha demostrado que sus cuerpos llegan a límites impensables.
Neta, yo los he visto en situaciones muy adversas, y se salvan. Dato curioso: el coronavirus ataca a los pulmones, uno de los primeros órganos que se les deteriora por vivir en la calle. “La tercera hipótesis es la más débil: que la banda usa solventes y éstos la hacen de una suerte de desinfectante. Y es débil porque los abuelos no inhalan, ellos sólo toman Tonayán y no los ves untándoselo en las manos”.