Huyendo de la pobreza, la violencia, la exclusión, y con la esperanza de reencontrarse con su hijo, Susana, una mujer trans originaria de El Salvador, llegó a Ciudad Juárez hace más de un año para conformar una familia que fundó y habitó la Casa de Colores, antes de conseguir el sueño americano.
Susana llegó a esta frontera en febrero de 2020, en un grupo de 16 mujeres trans que huyeron de su país.
El viaje de camino a la frontera desde Tapachula, Chiapas, fue de casi una semana y, al llegar a Ciudad Juárez, se encontraron con refugios y albergues en situación precaria, debido a la saturación de estos espacios ante las políticas migratorias del entonces presidente Donald Trump, mismas que se endurecieron con la pandemia por Covid-19.
A pesar de la situación en la que estaban, estas mujeres decidieron buscar y adaptar un lugar propio que les permitiera vivir con mayor dignidad.
Fue así que tomaron sus pocas pertenencias y abandonaron el albergue en el que estaban, mientras trabajaban en restaurantes y bares del centro de la ciudad.
Susana, que comenzó a trabajar en un bar, contó su historia a la propietaria del mismo y fue ella quien les ofreció habitar un edificio que se encontraba abandonado desde hace más de 20 años, por lo que las condiciones del lugar, en cuanto a mantenimiento y limpieza, eran deplorables.
Con trabajo arduo y dedicación hicieron posible que el inmueble que se encontraba en el abandono, en el corazón de la ciudad, se convirtiera en la Casa de Colores, un lugar con los matices que caracteriza a la comunidad de la diversidad sexual en cada uno de sus espacios.
A pesar de haber llegado a Ciudad Juárez con el propósito de no crear vínculos, sino cruzar casi inmediatamente a Estados Unidos, Susana asegura que en Casa de Colores se creó una familia, a la que tuvo que dejar el pasado 4 de mayo, cuando su solicitud de asilo fue admitida.
“Fue una experiencia muy grata, no esperábamos crear vínculos y terminamos creando una familia, pero sabíamos que era temporal y que parte de la vida es continuar”, afirmó Susana para EL UNIVERSAL.
Con el cruce a Estados Unidos del resto de las chicas, el edificio cerró una etapa en el apoyo a comunidades migrantes.
Sin embargo, aún existe la posibilidad de que Derechos Humanos Integrales intente reestructurar el espacio para convertirlo en un servicio permanente para la comunidad de la diversidad sexual que busque un espacio.
Es así como Susana y este grupo de amigas dejarán una huella imborrable en una ciudad que ha dado refugio a personas migrantes, más allá de su lugar de origen, ideología o género.
“Cuando anduvimos vestidas, nunca nadie nos dijo nada o nos discriminó, así fuera de noche o de día, no era aquel acoso que sufrimos cuando vivíamos en nuestros países”, reconoce Susana a los juarenses.
Para ella, el camino recorrido, al encontrarse ya en Casa Carmelita bajo la supervisión de las autoridades migratorias, es apenas 50% de lo que le espera, aunque estar ya en el mismo país que su hijo, de 17 años, representa una gran motivación.
“Hay un niño que me espera en Minnesota, tiene 17 años y quiero saber cómo le ha ido en la universidad”, dice, y explica que su hijo logró cruzar la frontera por la vía legal luego de que le salió la residencia por parte de una tía, en enero del año pasado.
En este momento, Susana espera que aprueben su solicitud de “sponsor”, figura que es una especie de patrocinador que se encargará de alimentarla y mantenerla durante el proceso para obtener sus papeles de forma legal, hecho que todavía puede tardar y por el que deberá esperar en Carolina del Norte.
“En cualquier situación, no me veo en problemas, espero encontrarme con mi hijo, trabajar y darle estabilidad a mi familia”, finalizó.