Sin chispa, el US Open persevera en medio de la pandemia
Diego Schwartzman se definió como muy asustadizo, empleando una frase argentina muy folclórica para describir la situación de ansiedad que le genera la vuelta al circuito de tenis.
¿Cómo se cuida el tenista latinoamericano con el ranking más alto del momento en sencillos al afrontar un torneo de Grand Slam en medio de la pandemia de coronavirus?
Carga una botella de gel desinfectante en el bolsillo de sus pantalones “todo el tiempo”. El 13ro de la ATP trajo de Argentina un rociador para desinfectar los paquetes de comida que ha ordenado, “hasta los cubiertos”. Y cuenta con una alarma para que le recuerde lavarse las manos cada 2 o 3 horas.
Así están las cosas en la antesala del Abierto de Estados Unidos, el primer torneo grande del tenis que se disputa desde que el mundo del deporte se paralizó en marzo por la pandemia de coronavirus.
Cada una de las cuatro citas tienen su propia identidad. Australia es el ‘Happy Slam’ (el Slam feliz), Roland Garros en Francia es sinónimo de glamour. Wimbledon es aristocrático, cargado de ancestrales tradiciones.
En Nueva York, el carácter del US Open es ruido, espectáculo y energía.
Sin presencia de público en las gradas, la 140ma edición del torneo será muy distinta. Pero así ha sido todo en un año como ningún otro.
“Es un Nueva York muy extraño para nosotros”, comentó Horacio Zeballos, el argentino que ocupa la cuarta plaza del ranking de dobles. “Siempre hay miles de personas y ahora podemos caminar tranquilos... Ha sido una experiencia distinta”.
Para Schwartzman, los partidos carecerán de “chispa”.
“Ese aplauso, el aliento que te motiva un poco más. No hay nada”, añadió. “Pero es cuestión de costumbre”.
Hay movimiento en la burbuja del vasto complejo de Flushing Meadows, pero es el del tránsito de un batallón de empleados que se aseguran de que se cumplan los protocolos sanitarios.
Las medidas buscan que el tenis vuelva a la actividad de la manera más fluida y viable posible. La prueba de ensayo ha sido el Abierto Western & Southern, el certamen cuya sede habitual es la ciudad de Cincinnati en el medio oeste de Estados Unidos y que ahora tuvo que mudarse a Nueva York.
Se trata de un escenario que hasta hace poco era inconcebible con la pandemia.
“Al principio, lo que me decía era esto: ’No hay forma que estos torneos puedan realizarse’”, comentó Serena Williams, quien se apuntó para buscar su 24to título de Grand Slam e igualar el récord de Margaret Court.
Los partidos del lunes serán los primeros en un Grand Slam desde que el Abierto de Australia culminó en febrero, con Novak Djokovic y Sofia Kenin apoderándose de los títulos de individuales.
“Seguramente hay mucha gente en todas partes del mundo que piensa que no se debería jugar tenis, que se deberían evitar las concentraciones. Es algo que comprendo totalmente, en serio que sí”, señaló Djokovic.
El número uno del mundo sabe de lo que habla. Se contagió con COVID-19 en junio durante una gira de exhibiciones que organizó en su natal Serbia y Croacia, durante la cual no se siguieron las normas de distanciamiento social y no era obligatorio el uso de mascarillas.
“Pero también hay mucha gente que estará contenta de que el tenis ha vuelto”, dijo Djokovic.
Para que este US Open sea posible, la federación estadounidense ha concebido lo que define como un “entorno controlado”.
Los tenistas se tienen que alojar en un par de hoteles en Long Island, un suburbio que se encuentra aproximadamente a media hora de Flushing Meadows. Nadie puede escaparse a Manhattan. Williams y Djokovic están entre los jugadores que optaron por alquilar residencias privadas, a un costo mínimo de 40.000 dólares, además de cubrir la seguridad que monitorea que cumplan el protocolo.
“Los costos eran astronómicos, así que preferí la burbuja”, dijo Andy Murray, el ganador de tres títulos de Grand Slam que vuelve al ruedo tras operarse la cadera.
Dentro de la burbuja, los tenistas se someten a pruebas de coronavirus a cada rato, además de que les toman la temperatura y deben llenar cuestionarios en los que registran que no presentan síntomas. Reciben la información de los resultados mediante un sistema de alertas en sus teléfonos. Por su parte, los recogepelotas ya no podrán pasarles sus toallas.
“Son protocolos muy intensos”, dijo Williams, quien tiene antecedentes de embolias pulmonares, la última en 2017 tras dar a luz. “Me permiten sentirme segura”.
A falta de público, el torneo ha adaptado sus instalaciones para el disfrute de los jugadores, incluyendo un espacio para jugar golf en miniatura. Las 67 suites de lujo del estadio Arthur Ashe, su cancha principal con un aforo para 23.771 espectadores, fueron modificadas para el uso personal de los tenistas, con una mesa de masaje, cafeteras y refrigeradores.
“Hay máquinas de juegos y cosas así que me gustan”, dijo Murray, de 33 años. “Sigo siendo un niño en ese sentido”.
El US Open suele poner fin a la temporada de Grand Slam, pero le ha tocado ser el segundo este año. El Abierto de Francia fue pospuesto de mayo a fines de septiembre, mientras que Wimbledon fue cancelado por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.
Aparte de la prohibición de público, varias figuras de renombre se han ausentado, entre ellos los dos campeones del año pasado, Rafael Nadal y Bianca Andreescu. Roger Federer no acudió por estar recuperándose de dos cirugías en la rodilla. Ash Barty, la número del ranking femenino, declinó a causa de la pandemia, al igual que seis de las ocho mejores del escalafón de la WTA.
“Es raro que Federer y Nadal no estén”, dijo Djokovic, ganador de cinco de los últimos siete grandes y que con una nuevo título llegaría a los 17, acercándose al récord de 20 Federer y los 19 de Nadal. “Se les echa de menos, sin duda, porque son unas leyendas de nuestro deporte”.
Pero el tenis debe seguir.
“La realidad es esta, la manera de cuidarnos todos”, apuntó Schwartzman. “Pero era la forma de volver a jugar, así como para la gente de volver a trabajar, nosotros para competir”.