Manuelito cuenta que tiene 49 dólares ahorrados que espera gastar en comida al llegar a Estados Unidos. Su familia y él tuvieron que huir de Michoacán porque sufrieron amenazas de muerte. Ahora están varados en Tijuana, en espera de cruzar la frontera. Fueron desplazados y ahora viven con incertidumbre en una tienda de campaña.
Manuelito cumplió ocho años, sus tres hermanas son menores que él; la más pequeña tiene cinco meses. A los niños los acompañan su madre y su abuela, juntos pudieron salir de la comunidad en la que vivían antes de que se viera afectada su vida. La violencia los obligó a dejar todo.
A Manuel le gusta el helado tanto como jugar y platicar.
“Estamos huyendo. Venimos de un lugar donde matan gente, ¿ya le dijo mi mamá? Del pueblo del que yo vengo ya queda poquita gente”, cuenta.
El tío de Manuel fue amenazado de muerte pero pudo escapar a tiempo, por lo que poco después del incidente cruzó la frontera norte.
“Mataron a mi padrastro, mi papá verdadero lo mandó a matar. No hacía nada malo, él estaba trabajando, era albañil. Mi abuelita le decía: ‘Vete al norte’, pero él le contestaba que nos íbamos a ir todos. Se fue a trabajar y cuando iba a bajarse del carro lo mataron. Todas las ventanas estaban quebradas. El carro quedó agujereado de los balazos que le metieron porque pensaron que mi mamá iba con él.
“Unos señores malos nos dieron cuatro horas para salir de ahí, que teníamos cuatro horas o nos quemaban con la casa”, narra el menor.
La abuela de Manuel describe la desesperación que han vivido. Uno de sus hijos pudo irse a Estados Unidos y ella espera poder estar junto a él y mantener a salvo a su familia: “Venimos huyendo y tenemos miedo de que nos hallen. Yo no dejaría a mi hija y nietos solos, porque los problemas que tenemos los grandes también los tienen ellos. Aquí nos encontramos con otras familias que están igual que nosotros”.
Junto a la tienda de campaña que la familia de Manuelito ha habilitado por varios meses, en las inmediaciones de El Chaparral, en Tijuana, Baja California, se encuentra una familia de nueve integrantes originaria de Chiapas. Una de sus miembros es una mujer de 40 años, quien cuenta cómo la violencia también los obligó a marcharse.
“Vengo huyendo porque a mis hijos me los quisieron levantar. Querían que trabajaran con los de la mafia. Nos iban a matar pero escapamos. Tienen 9, 10, 13, 14, 15 y 16 años. Yo no los quiero mandar solos porque son chicos y los tengo que cuidar”.